Sin mono azul. Breve historia del sindicalismo en el trabajo cultural (1899-2015) – I
Trabajo cultural durante la dictadura franquista (Sin mono azul – II)
Nuevos sindicatos y nuevas entidades de gestión (Sin mono azul – III)
Los nuevos frentes en el trabajo cultural se pueden agrupar en dos: por un lado los relacionados con los temas laborales y sindicales, por otro los conflictos en torno a la propiedad intelectual (piratería), con un acceso a internet masivo y unas entidades de gestión incapaces de adaptarse.
Comenzaremos con las nuevas reivindicaciones laborales de los trabajadores del sector cultural. Este mismo 2015 se firmó el acuerdo histórico por parte de ALMA, FAGA (sindicatos de guionistas), CCOO y UGT con la asociación FAPAE (las productoras de cine y televisión), que supone la incorporación del colectivo de guionistas al «II Convenio colectivo de la industria de producción audiovisual». Se reconoce así la figura de los fijos discontinuos, que es absolutamente fundamental en el trabajo cultural de hoy en día.
Por su parte la Unión de Actores y Actrices está impulsando el Estatuto del Artista: “queremos abrir tres debates fundamentales: cómo defender los derechos de los trabajadores intermitentes con un nuevo modelo de Seguridad Social, cómo construir un modelo fiscal sostenible para los artistas y para el país, y cómo tener un modelo sindical fuerte, con quienes conocemos el sector, que haga de la cultura un ejemplo de empleos de calidad”.
La misma Unión de Actores y Actrices está elaborando y publicando en sus medios diversos materiales en torno a la propuesta del Estatuto del Artista, muy influenciados por el movimiento de los Intermitentes en Francia, que resume a la perfección la realidad del trabajo cultural actual. El abogado Ignacio Martín Pina lo resume así “la intermitencia del artista en su relación laboral tiene una consecuencia lógica que es su intermitencia salarial y por tanto la intermitencia en su renta anual. Los artistas, generalmente, reciben remuneraciones más elevadas por día de trabajo que otros sectores. Señalemos que esta situación debe ser puesta también en contexto puesto que, como refleja el estudio socioeconómico de la Fundación AISGE, la mayoría de intérpretes no alcanzan en cómputo anual la cuantía del Salario Mínimo Interprofesional”.
Finalmente, en el ámbito de la propiedad intelectual y los derechos de autor también están surgiendo nuevas propuestas. La nueva entidad de gestión vasca EKKI se consituyó como una federación de cinco asociaciones (Euskal Idazleen Elkartea –EIE-, Euskal Editoreen Elkartea –EEE-, Musikari Euskal Herriko musikariak, Bertsozale Elkartea e Irudika Euskal Irudigileen Elkarte Profesionala) que representa a los escritores, editores, músicos, bertsolaris y creadores visuales del País Vasco.
El modelo al que apuntan parece superar todas y cada una de las polémicas que arrastran la mayoría de entidades de gestión (sobre todo la SGAE) gracias a nuevos planteamientos como “la propiedad intelectual no puede ser un freno para la divulgación del conocimiento y la difusión de la cultura” o bien “la batalla de la cultura es la de su visibilidad, su disfrute, su ofrecimiento. Con licencia o compensación, el reto de las entidades de gestión es pasar de la mera recaudación a la recaudación por uso”.
Este último punto es importante: no es casualidad que las dos entidades de gestión surgidas de sindicatos, AISGE y DAMA (y que ahora son las que sostienen económicamente a esos sindicatos que las impulsaron) presenten puntos en común con EKKI y recauden únicamente por el uso efectivo de las obras que gestionan (es decir, tantos minutos usas, tanto pagas). Aunque parezca mentira, a pesar de las posibilidades tecnológicas que existen, en el resto de entidades de gestión no se paga identificando qué obras y durante cuánto tiempo han sido utilizadas, aplicando un extraño criterio de recaudación donde hay implicados sondeos, de resultados muy discutibles, y por el que las entidades de gestión han sido amonestadas en diversas ocasiones.
Conclusiones
El trabajo cultural en la actualidad está sometido a cuatro tensiones. La primera está generalizándose en todos los sectores, pero es un proceso que en el trabajo cultural viene de antiguo: es la precarización y flexibilización de las relaciones laborales. Este proceso se camufla como posibilidad de éxito individual y empredimiento, cosa que es especialmente grave debido a la falta de discursos y herramientas colectivas que hagan frente a las oleadas de políticas neoliberales, que buscan fragmentar aún más a la clase trabajadora. Aquí el trabajo cultural ya no es ninguna excepción, ya que lleva sufriendo estas condiciones desde su origen.
La segunda tensión es específica del trabajo cultural, y es el corporativismo. La Unión de Actores y Actrices y ALMA apoyaron explícitamente las dos últimas huelgas generales en España, pero en general las asociaciones profesionales y las entidades de gestión nunca se posicionan públicamente a favor de las demandas de los sindicatos de clase. Erradicar este corporativismo histórico y la coordinación con el resto de organizaciones de la clase trabajadora es una asignatura pendiente.
La tercera tensión es común a todas las organizaciones sindicales, y es cómo poder equilibrar el trabajo de estas organizaciones, dando los servicios necesarios a la afiliación, pero sin olvidar el activismo de la militancia y la calle, como recuerda Fernando Marín: “es necesario saber, conocer todo esto, pero también conocer los errores, a veces la apatía que nos embarga y otras los tropiezos internos, las deslealtades. Hay que supeditar el sindicato de servicios al sindicato reivindicativo, sin olvidar ni abandonar los servicios de la Unión [de Actores]. Porque es otro bagaje en nuestra historia: cursos, servicios jurídicos, premios, bolsa de trabajo, relaciones nacionales e internacionales, etc.”.
La cuarta tensión es también específica del sector, y está relacionada con todas las polémicas en torno a la propiedad intelectual. Las entidades de gestión, con SGAE a la cabeza, han implantado un modelo desde posiciones de monopolio que no puede ser más impopular. Pero no es el único camino, como han demostrado DAMA, AISGE y pronto en el País Vasco EKKI. Recomponer los consensos en torno a los derechos de autor, hoy más denostados que nunca, es una tarea central e irrenunciable dentro del trabajo cultural.
Artistas, autores, intérpretes, traductores, periodistas, técnicos… todas y cada una de las figuras del trabajo cultural están inmersas también en la lucha de clases actual. El relanzar organizaciones para la acción colectiva y la reivindicación de sus derechos, superando el corporativismo y las visiones más caducas de la propiedad intelectual, es el verdadero desafío que tiene esta parte de la clase trabajadora en el siglo XXI.
Queremos acabar este texto con una cita del anarcosindicalista asesinado por el Sindicato Libre Salvador Seguí, el Noi del Sucre, como manera de reivindicar un trabajo cultural que no sea sólo producido por rentistas y amateurs, ya que parece el escenario al que nos llevan las políticas actuales si no se les pone freno: “mi profesión es pintor. Soy ahora, además, periodista, y vivo de mis artículos y colaboraciones”.
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